EL MARKETING POLÍTICO CONVERTIDO EN PROGRAMA DE GOBIERNO

Son múltiples las ocasiones en donde accedemos a comprar instrumentos de injusticia y opresión, pensando que son medidas necesarias para mantenernos seguros y en libertad.

Como argumentaba Byung-Chul Han, “ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. El impacto psicopolítico que pretende ese nuevo monstruo nocturno, continuador de la fractura humana, el muro sur de la Administración Trump, es simple: la objetivación de un relato de ficción donde personas depositarias de nobles valores (donde la homogeneidad ideológica y cultural intenta ser reinventada como valor en alza) son invadidas por figuras simiescas que traen la desgracia, el desempleo y el crimen.

El problema del señalamiento y expulsión del otro distinto es muy antiguo, en él podemos identificar un elemento asociado muy importante: la conceptualización y simbolización de ese “otro” involucra distintas dosis de dominación local, a veces violenta, con objeto de mantener la continuidad uniforme de aquello que  se quiere conservar a salvo de ese agente foráneo y desordenador del paisaje social.

Si el hogar idealizado (la sociedad o el país) evidenciara demasiado lo actualmente inevitable, el crecimiento de su propia complejidad y diversidad, peligraría esa ingeniería simbólica que practica una modelización del enemigo (el distinto) y un nuevo consenso social acerca de la seguridad como valor patriótico y deber moral.

Por esta razón, ante todo, el muro de Trump necesita de un ejercicio de opresión alienante interna que ya algunos pensadores han señalado en toda su perversión. De nuevo, el filósofo Byung-Chul Han, argumenta: “En la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente de que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación”.

Pues bien, tal dominación, esencialmente ignorada pero sólida como el propio muro que se quiere construir, se hace absolutamente necesaria para que ese goce obsceno más allá del placer sea posible (señalar y castigar a la modelización de los males presentes y futuros… el inmigrante).

LA LLAMADA A LA DEFENSA AUTÉNTICA… EL MARKETING POLÍTICO CONVERTIDO EN PROGRAMA DE GOBIERNO

Dar peso de “verdad” (neo-conservadora en toda su intensidad histórica) a las razones argüidas para levantar esa nueva pared de la vergüenza es, como poco, hacerle un juego cómplice a una tiranía apoyada en el totalitarismo tan característicamente poco definido del neoliberalismo defendido por las nuevas derechas.

En efecto, la llamada a la defensa auténtica del discurso oficial de la Administración estadounidense viene contaminada por una exhortación que tiende a convertir a la solidaridad o al deseo de igualdad entre humanos en máximas bajo sospecha. Es uno de los problemas derivados de que se impongan discursos de ansiedad y sectarismo: como en esas series de ficción donde una invasión extraterrestre impone una dictadura fascista pos-capitalista; se trata de discursos que únicamente admiten a individuos que se auto-reproduzcan cada día como lo que son (un igual en términos literales) al interior de la masa atemorizada y deseosa de seguridad (una aglomeración sin autocrítica donde se idealizan y fomentan solo aquellas diferencias que resultan comercializables).

El muro de la Serie Colony

En la serie de ficción Colony, unos invasores extraterrestres implantan un régimen totalitario y levantan un muro de exclusión en diversas zonas de la Tierra.

Y, claro está, vemos la llamada al deber. Como sabemos, en nuestros modelos de sociedad el deber se conecta con la crónica sobre el sujeto que se supera para competir mejor. Es el mensaje de realización personal transformado en máxima autoexplotación, como alienación sin causante visible y productora de angustia.

En el caso del proyecto de Trump vemos algo, ciertamente, preocupante: la idea del muro ha pasado de símbolo que podía movilizar a votantes derechizados o ultraconservadores a uno de los pilares de su política reciente. Es el marketing político convertido en programa de Gobierno. Algo así ocurre cuando las bases del sistema o (a escala más reducida) de la propia Administración amenazan con inestabilidad, por ejemplo, al bajar en los índices de popularidad con unas elecciones a la vista, al perder una mayoría parlamentaria o cuando las cifras económicas o del desempleo preocupan al votante.

En esos casos, la estrategia de comunicación política puede usarse como arma incendiaria: convierte en blanco del mensaje a todos aquellos temores que pululan en lo profundo de la psique social.

La manipulación psicopolítica, mediante el lenguaje y su objetivación de símbolos (el propio muro y la figura del inmigrante concebido como invasor), puede hacer emerger a la horda oculta tras la sociedad que ha sublimado sus instintos gracias a la cultura y las leyes.

Sin importar lo absurdo del propio mensaje, la estrategia de marketing político pensada desde el mensaje aterrador que alienta al grito de goce en busca de un placer redentor imposible, desata fuerzas que suelen arrasar en las urnas. El propio Donald Trump lo admitió en 2016 durante una entrevista para el The New York Times: "Si la cosa se pone un poco aburrida, si la gente empieza como a pensar en irse, sencillamente le digo al público: '¡Vamos a construir el muro!', y se vuelven locos".

Bien, ha pasado el tiempo y se aproximan unas nuevas elecciones, el presidente ha logrado despertar rechazos en el mundo entero. Además, algunos de los sectores más duros de entre sus apoyos reclaman la madre de todas las medidas de seguridad y antiinmigración. Así que le llegó el momento de pasar a la ofensiva en su proyecto del muro en la frontera sur.

Para conseguir los 5 mil millones de dólares que demanda la mole que harán pasar por nuevo muro de Adriano, se esgrimen antiguas razones: quienes llegan a territorio estadounidense desde México son gentes que agotan los recursos públicos, diezman los empleos y comenten asesinatos. La frontera es la puerta desde donde se invaden las calles norteamericanas con drogas. Y, naturalmente, es un coladero de elementos terroristas. El muro, argumenta, salvará vidas, es un deber patriótico construirlo.

Aunque las estadísticas no le apoyen con rotundidad, ni en el caso del crimen asociado a personas indocumentadas, ni en la forma como entran las drogas a EE.UU. y mucho menos en la presencia de terroristas entre los que arriesgan la vida para cruzar la frontera, una vez que esas afirmaciones sobre una “crisis de alma en el mismo corazón de la nación americana” han salido de quien ocupa el despacho oval se convierten en una mercancía en forma de relato sobre la “verdad” puesta a la venta para gentes confundidas, asustadas o necesitadas de una explicación última sobre sus condiciones de vida.

Este es otro de los problemas de los discursos de ansiedad y sectarismo: calan profundo entre quienes, por obra del neoliberalismo, el marketing político de riesgo y otros factores, hemos crecido siendo mercancías que compran mercancías (a la manera descrita por el pensamiento marxiano). Después de todo, ¿quién no reaccionaría si alguien con peso de autoridad le pide apoyo para levantar una barrera que proteja su hogar de peligros mayúsculos, extranjeros… desconocidos?

De algo no cabe duda, los discursos que apuntan tan bajo o en la línea de flotación de la estabilidad psicosocial, así como tienen efecto electoral (si son conducidos por expertos, naturalmente), también pueden desbordarse. Y algunos de sus efectos sólo se revierten luego de grandes dramas humanos.

En este mundo de mensajes políticos simples que se propagan sin control por las redes sociales, puede que nunca haya sido tan necesario estudiar sus claves psicopolíticas. De lo contrario, seremos presas de toda clase de locuras en nombre de la libertad y la seguridad.