Dialéctica de la imagen en el Curso en Psicología Política y Comunicación de la Fundación UNED

El entrenamiento necesario para el disfrute de las libertades demanda profundizar en el reconocimiento y legitimación de la Carga Simbólica (CS) del que se halla frente a mí (V. Carrillo).

Esta instrucción tiene profundo arraigo en diversas colectividades humanas donde la tolerancia y coexistencia entre distintos es condición fundamental. Por ejemplo, en la Francmasonería liberal, mixta y adogmática, que es uno de los casos estudiados en el Curso en Psicología de la Comunicación Política de la Fundación UNED, para abordar al sujeto que emprende una exploración y reforma crítica de la realidad.

Como comentábamos en una entradas anterior, el primer sustento explicativo moderno (filosófico-histórico) de la Carga Simbólica del sujeto pensante está en Fenomenología del espíritu de Hegel: Herrschaft und Knechtschaft, la dialéctica del amo y el esclavo y la posterior elaboración del filósofo Alexandre Kojève.

En aquellas extraordinarias elaboraciones teóricas observamos la lucha entre las dos conciencias (el amo y el esclavo) por obtener el reconocimiento y la legitimidad de una por parte de la otra (por ser el objeto de deseo del otro; es decir, el arribo a la condición del que desea deseos que, en verdad, dependen de la actitud de un otro distinto). Y el importantísimo elemento de la insatisfacción posterior del dominante, como consecuencia de comprender que ha sido reconocido y legitimado por un no-humano, estado derivado de su condición de esclavo.

La dialéctica del amo y el esclavo de Hegel introduce una noción de fundamental importancia para la cuestión de la Carga Simbólica, por lo tanto para la teorización sobre Psicología Política y Comunicación estudiada en este curso: la de un sujeto cuya "humanidad" depende de que sea reconocido y legitimado (deseado) por otro distinto.

En una entrada anterior decíamos: Pero, ¿acaso una gran extensión de aquello donde se desenvuelve mi cognición, el nexo y vínculo social (reconocimiento-legitimación) al interior de mis contextos socioculturales no es una especie de acción sobre un sistema o Carga Simbólica? ¿Somos alguna clase de cúmulo simbólico? ¿Acaso la propia dialéctica no es también la imagen de dos cargas simbólicas enfrentándose una por el deseo de la otra? El reconocimiento-legitimación del otro/a funda lo político y lo psicosocial.

La legitimación de la Carga Simbólica del otro/a tiene diferentes y complicados estadios: en su naturaleza, básicamente, nos enfrentamos a la necesidad de esa legitimación como magnitud que mide la existencia real del sujeto.

NEGAR LA EXISTENCIA

Si mi Carga Simbólica fuera sistemáticamente invisibilizada o “borrada” del espacio donde pretendo ejercerme como individuo, en poco tiempo caería en un estado mental donde me “diluiría” o podría llegar a dudar de mi propia existencia.

Al nacer, nuestros sistemas político-jurídicos nos prometen igualdad ante la Ley, una identidad y respeto a nuestra integridad física y simbólica; pero, como sabemos, esto es falso en términos prácticos y en distintas medidas e intensidades según el nicho del sujeto.

Si verdaderamente todos los humanos naciéramos ya poseedores de una “cláusula natural” que nos recibe en la vida como sujetos de derechos, simplemente, el mundo que vemos sería otro muy distinto.

Pero mucho antes de que levantáramos complejos jurídico-políticos que simbolizan un moderno deseo civilizador, el género Homo ya había desarrollado modelos psicosociales a pequeñas escalas que, en base al otorgamiento de legitimidad a la CS (individual y colectiva), establecían si un sujeto era aproximadamente similar al que observa. Lo que, en giros más míticos, equivalía a considerar o no su existencia, que no es otra cosa que posibles canales para crear una comunicación y viabilizar la conquista de derechos que, a su vez, implican “dosis” distintas de humanidad.

A un nivel muy primario de la psiquis colectiva mi existencia real ante los otros está unida a los “derechos” que éstos reconocen a mi Carga Simbólica, incluyendo el de la oportunidad de supervivencia, algo que parece obvio pero que no lo es tanto en un mundo como el nuestro.

Esta dura y en ocasiones desgarradora realidad se presenta muy rudimentariamente en otros grandes primates, aunque adquiere su mayor desarrollo en nosotros. De hecho, la Historia y los canales de noticias tienen incontables registros, de hace miles de años y de hace pocos minutos, de momentos donde pareciera que la generalidad social ve objetivamente como menos humanos a los miembros de ciertas colectividades.

En el siglo XX los grandes ejemplos fueron los judíos, los gitanos, los homosexuales y en diversos sitios los comunistas; a comienzos del XXI son los inmigrantes, los refugiados, los musulmanes, etc. Y en muchos lugares del mundo otra vez los homosexuales, los transexuales y los comunistas.

Desde cierta lectura inconsciente podemos otorgar menos “grados de humanidad” a los habitantes de la calle. El maltratador o el torturador ve una humanidad menor en su víctima. El que cree en una superioridad moral, cultural, social o racial de unos sobre otros observa como humanos inferiores a variedad de discapacitados (mucho más sin son mentales), a los hambrientos del mundo, a los que profesan otras religiones o a los que mantienen un pensamiento divergente.

Nadie es ajeno a esta praxis profunda de la psique individual y colectiva, dado que nos referimos a modelos que, aunque se modifican de generación en generación, son casi tan antiguos como los impulsos básicos.

Detrás de la agresión a pequeña escala social o a nivel industrial, como en el caso del Holocausto judío o en ese mercado de la carne en que se convierte el drama de los refugiados, está una deslegitimación y negación de la CS de un sujeto al que se pasa a despersonalizar y deshumanizar en distintos niveles. Esto, de hecho, facilita la violencia simbólica y física hacia él/ella.

En otro ejemplo, cuando un hombre ataca a una mujer evidencia que no la considera una entidad simbólica soberana equivalente, sino un objeto que puede ser poseído: la deslegitimación de su CS la despoja de su condición de humana y sujeto de derechos dentro de un espacio y tiempo concreto. Entonces el inconsciente del agresor podría llegar a equipararla con la mascota de casa, a la que incluso podría torturar y asesinar sin que las consecuencias legales sean realmente graves (aunque el maltrato animal sea un delito penal reciente).

No hay que engañarse en esto, quienes martirizan animales o disfrutan del espectáculo están más cerca que otros de la deslegitimación simbólica de individuos humanos, lo que a lo largo de la Historia ha viabilizado tanto las violencias a nivel micro como la eliminación física. Esta dimensión de la psiquis individual y colectiva, evidentemente, presta parte del sustento a realidades más complejas como la violencia política (que, aceptémoslo de una vez, incluye el hambre y la miseria).

Estas modelizaciones de la psique permiten algo de trascendental importancia para la libertad personal y política: la acción transformadora-crítica sobre la realidad. 

MATRÍCULA ABIERTA - CURSO EN PSICOLOGÍA DE LA COMUNICACIÓN POLÍTICA DE LA FUNDACIÓN UNED