DESPLAZAR EL RELATO: EL GRAN RETO DE LA IZQUIERDA ESPAÑOLA EN LAS PRÓXIMAS GENERALES
- Psicología Política
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La izquierda enfrenta una tarea de ingeniería: volver a engranar la emoción, el trabajo y la esperanza como motores superadores de la agitación simbólica en torno a la “España rota” y el odio/temor al diferente.
Es una posición civilista frente a la política del choque y el insulto, donde estamos viendo una pre-precampaña de cañonazos hechos de mentiras (PP), contaminados de cruzadas ideológicas (Vox).
Nombremos un hecho con gran trascendencia psicosocial: La derecha ha robado los símbolos que pretenden un ejercicio abarcador o de construcción identitaria, aquellos que los individuos de un territorio pueden incorporar a sus propias cargas simbólicas para participar de una determinada lectura de la realidad (y con el objeto posterior de edificar una reinterpretación con algún grado aceptable de soberanía).
En efecto, en todas aquellas situaciones donde se han amenazado derechos o conquistas sociales y políticas se han exhibido símbolos, como la bandera de España, que han reconvertido su sentido, transformándolo en criterio excluyente.
Por diversos motivos, originados en el psique social, esa bandera, bajo la cual deberíamos caber todos, se convirtió en monopolio y crónica de una particular forma de entender la realidad española. Vemos la bandera tiñéndolo todo cuando se convocan manifestaciones que en verdad marchan contra la diversidad y la igualdad, aunque pretendan agitarla bajo esos mismos argumentos.
Ojo: la izquierda debe reapropiarse de los símbolos que han sido totalmente sustraídos y reinterpretados por la derecha, comercializando su implicación psicológica hasta lo más vulgar. Es decir, crear una escena política donde esos símbolos, incluyendo la bandera, impliquen defender las pensiones, la sanidad, la educación y la igualdad, por ejemplo. En este momento, tenemos que subrayar el claro alineamiento que implica exhibir una bandera de España en una manifestación.
Pero la verdad es que esto hace parte de una lucha durísima más amplia y con impacto en las próximas elecciones: mover el relato desde el debate catalán (en código de amenaza a la unidad de España) hasta la defensa y mejora de los servicios públicos y los derechos.
Lo primero (la cuestión catalana), una confrontación fuertemente usada por la derecha, mueve instintos básicos al interior de la psique social (como el ellos y el nosotros). Lo segundo (la cuestión de los derechos sociales) requiere inducir a una reflexión profunda para movilizar una masa de calado similar a la primera.
Hablar de derechos sociales y usarlos para llamar a los electores es más costoso que moverlos con el grito simple en defensa de los símbolos y la unidad del país.
Sin olvidar que ese grito es tan estruendoso al interior de la conciencia social, que suele necesitar de muy pocas explicaciones o profundizaciones en materia de política social o económica. De hecho, estamos ante un escenario donde el nivel del debate avergonzaría a muchos. Efectivamente, nada es tan rentable para las clases en el poder como agitar la bandera nacional, el escudo con la corona, etc., éstos podrían resultar hipnóticos para las clases trabajadoras. Vivimos tiempos donde la crispación es un capital estratégico para muchas organizaciones.
En otras palabras, estamos ante la guerra dialéctica entre el mensaje breve, simple e incendiario (por ejemplo, en defensa de la unidad nacional y los valores cristianos tradicionales) y el discurso pensado, estructurado y en positivo acerca de lo que deberían ser los grandes intereses ciudadanos, que también tendrían que ser los grandes temas de Estado. Y que no son otra cosa que los derechos que consiguen mantener la educación pública, la salud de los trabajadores, etc.
En este sentido, la presencia de un actor como Podemos en la política española ha jugado un papel de enorme peso a la hora de volver a llenar el discurso “promedio” de la izquierda con los grandes temas sociales en contraste con los más oscuros intereses corporativos. Ahora está por ver al habilidad de todo el universo que existe entre PSOE, Podemos y confluencias para mover el peso del relato, nombrado anteriormente.
Claro, sería un tanto inocente creer que el PSOE va a ser totalmente fiel a su línea de los últimos meses. Es un hecho que fue el contrapeso de Podemos lo que alejó a los socialistas, con Pedro Sánchez a la cabeza, de las políticas de austeridad o reformas laborales regresivas que tanto han golpeado a los sectores populares durante los últimos tiempos.
Siendo así las cosas, no existe ninguna garantía de que el Partido Socialista descarte pactar con Ciudadanos (entre otros casos más extremos) si eso le da el Gobierno en las siguientes elecciones. Porque, tal vez, debamos nombrar que la declaración negativa de la organización naranja, sobre la imposibilidad de un pacto futuro con el actual presidente, no es más que una maniobra electoral de distracción.
En estas proporciones, asumiendo que el PSOE es la primera fuerza, un peso parlamentario fuerte de Podemos es necesario para los que quieren un Gobierno comprometido con las clases trabajadoras, los derechos y la reconstrucción del Estado del bienestar. La izquierda española necesita ese punto de equilibrio que pueden dar las dos organizaciones para lograr actuar con eficiencia y conciencia de país y Estado frente a los súper-poderes que no se eligen en las urnas.
Nadie dice que tal empresa sea fácil, todo lo contrario. De lo que no cabe duda es de que la batalla tiene uno de sus más importantes terrenos en el esfuerzo por desplazar el relato. Imponer una dialéctica de lenguaje que mueva el centro de atención de los electores a lo importante será trascendental.
Y lo importante, con todos los respetos, no es el tema catalán. Y si no que se lo pregunten a las familias que la justicia ordenó desahuciar de sus casas el pasado viernes 22 de febrero en el barrio madrileño de Lavapiés. Dudo mucho que a esas madres desamparadas les importe más la estrategia de los independentistas catalanes que la defensa de sus derechos constitucionales, entre ellos la vivienda.
Por Vladimir Carrillo Rozo – Profesor de este curso y director de contenidos