¿QUÉ ES LA PSICOLOGÍA POLÍTICA?
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¿Qué es la Psicología Política? Este campo del saber comienza su representatividad académica después de la IIGM. Esta “nueva” disciplina, alianza de saberes anteriores, hereda parte de la desesperación + optimismo de gran parte del pensamiento científico occidental (Deutsch, 1984), tiene entre sus fines el estudio de los procesos subjetivos observados en las conductas políticas.
Es ya algo vieja la convicción (parte de una especie de tecnológica superstición) de que los adelantos científico–tecnológicos tienen distintas aplicaciones a los asuntos humanos donde la subjetividad conserva un gran protagonismo, entre ellos, la conducta y el pensamiento político. Pero la cuestión fue que los terribles hechos que acompañaron las dos guerras mundiales (los millones de muertos, el Holocausto, las bombas atómicas, la instrumentalización de las ciencias, el uso de la propaganda para redirigir la intencionalidad de las masas, etc.) convirtió en urgente una empresa científica seria dedicada al estudio de la relación entre los procesos psicológicos y políticos.
Uno de los estudios pioneros, en sentido de lo anterior, fue el de Charles Merriam (Universidad de Chicago, 1973), que propuso una ciencia de la política apoyada en la Psicología. Uno de sus discípulos, Lass-Well, ayuda a crear una escuela propiamente norteamericana de Psicología Política, enfocada al comportamiento del político, entre otros aspectos.
Estos primeros esfuerzos, como no podía ser de otra forma, encuentran un anclaje para explicar el comportamiento político individual y colectivo en fenómenos complejos como la percepción, el conflicto, el aprendizaje, la cognición, la colectividad, la personalidad y la psicopatología, entre otros. La escuela norteamericana de la época concebía lo psicológico como determinante de lo político, no tanto al contrario. Sin embargo, en Europa la visión ha sido algo más heterodoxa. Aquí, recordemos, el pensamiento marxiano ha tenido un arraigo muy importante, a partir de éste se ha considerado que los fenómenos políticos tienen una influencia tremendamente grande en los procesos psicológicos y en la formación y configuración de la personalidad.
Así, tenemos figuras de gran relevancia para la historia del pensamiento; como Max Horkheimer, que fue director del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Fráncfort en 1931, donde defendió una política investigativa dirigida a la vinculación entre el modelo económico de la sociedad y la vida cultural y psíquica del sujeto.
De hecho, al hablar de Psicología Política es imposible dejar de lado a algunos brillantes estudiosos de la Escuela de Fráncfort. Durante la construcción de la Teoría Crítica, Horkheimer, Adorno, Marcuse, Fromm y Habermas trabajaron en una de las alianzas teóricas más importantes del siglo XX (y que, desde luego, puede resultar muy prometedora en este convulso siglo XXI): aquella edificada sobre el pensamiento de Marx y el Psicoanálisis.
Incursionar en los territorios de la Psicología Política es, en gran proporción, hacerlo en las fronteras comunes del pensamiento marxiano y Psicoanálisis. Por ejemplo, en lo referente al impacto de la investigación político-económica de Marx en el sujeto adolorido por la alienación capitalista y los dramas culturales, cuyos procesos psicológicos pueden resultar explorados por el Psicoanálisis. Ambos edificios teóricos aportan pistas muy profundas sobre el comportamiento político de ese sujeto.
Aunque, por supuesto, hablamos simplemente de enfoques. Si algo caracteriza a la Psicología Política es la pluralidad.
Por supuesto, hay que contemplar, de forma más general, que la Psicología Política tiene como su gran campo de estudio al problema de la “interacción” entre los desarrollos políticos y los psicológicos. La dificultad es que esa “interacción” puede ser tremendamente enrevesada y no resultar completamente explicable. Por ejemplo, aquellos elementos que reunimos bajo la definición de aptitudes cognoscitivas, tienen un peso muy grande durante los procesos que conducen a un determinado comportamiento político. Pero, a la vez, tiene que considerarse que la propagación de una X posición y comportamientos de naturaleza política vendrán a influir e incluso a gobernar parte de esas aptitudes cognoscitivas.
Es decir, una estructuración política concreta puede, como sabemos, afectar el desarrollo de aptitudes cognoscitivas de un adulto teóricamente provisto de soberanía interpretativa, si mediante distintas estrategias se estimula un orden de aptitudes que choquen contra rasgos que entendemos deseables en ese adulto (como la autonomía, la reflexión o la tendencia a la acción). ¿Qué rasgos pueden ser esos? Ni más ni menos que los del niño/a: sumisión, pasividad, obediencia o la total ausencia de pensamiento crítico.
Como resulta evidente, la Psicología Política se enfrenta a las mismas exigencias que cualquier área de la ciencia: la explicación sistemática y verificable. Es decir, el investigador del campo al que nos referimos necesita generar cadenas lógicas que puedan soportar la comprobación (Nagel, 1961).
Aunque estemos hablando de una disciplina que explora amplios aspectos de la psique individual y colectiva, por lo tanto bastante delicada a la hora de utilizar procedimientos matemáticos o estadísticos, la exigencia científica no puede ser un problema. Recuérdese, en este sentido, el rol que ocupan en la Psicología Política los diversos aparatos teóricos marxianos y el papel dado por éstos al pensamiento crítico y a la acción de transformar críticamente. Y, al hilo de esto, cómo el método científico (probablemente “la forma de pensar más revolucionaria jamás inventada”) también es una crítica continua al sistema de argumentos que pretenden explicar un fenómeno, incluyendo a los procedimientos mediante los cuales obtuvimos los datos. Así, pues, una parte de los debates que marcan el desarrollo de la Psicología Política versan sobre las cuestiones metodológicas.
Claro, de lo que no cabe duda es de la dificultad para adaptar diversos modelos metodológicos a un objeto de estudio de la Psicología Política. La lógica presente en las ciencias naturales, como la Física o la Biología, como sabemos, no resulta totalmente útil. Dado que esas ciencias, en su fin primariamente instrumental bajo condiciones idóneas, no "cuadra" con algo tan volátil y maleable como la subjetividad presente en la conducta política. Recordando precisamente a Horkheimer, debemos reflexionar sobre lo siguiente: las acciones “típicamente humanas” han de analizarse a la luz de la “significación”, tanto para el que emite un relato como para el que escucha (que puede legitimarlo o no).
La cuestión de generar un saber aplicado que, por ejemplo, permita construir una conciencia política temprana con dosis aceptables de autonomía, pasa por trabajar en la maduración de los marcos teóricos y organizativos ya formulados. Es decir, la Psicología Política ya tiene un sistema muy amplio de ideas clarificadoras, conceptos y marcos para hacer lecturas de la realidad; ahora es importante, por una parte, generar pedagogías renovadas y, por otra, levantar un paradigma socio-político-cultural según el cual la praxis política (y su comunicación) debe estar apoyada en un ejercicio profundo de análisis, en hipótesis empíricamente sólidas.