ABOLICIÓN DE LA POLÍTICA: NO EXISTE LA “ADMINISTRACIÓN” DESIDEOLOGIZADA
- Psicología Política
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¿Puede realmente argumentarse que existen estructuras humanas cuyo fin es la administración o la gestión sin orientación ideológica? La “abolición de la política” o su disolución en maquinarias humano-tecnológicas que teóricamente fundan su eficiencia desideologizada en la “administración” de los recursos, los medios de producción y la cultura es un rasgo inserto en el germen totalitarista. En suma, y a propósito de algunos debates a los que he podido asistir recientemente, la emergencia de posturas supuestamente a-políticas es siempre muy peligrosa.
Vladimir Carrillo Rozo
Uno de los campos que podríamos señalar como de máximo interés para las ciencias sociales es toda la interacción desencadenada cuando dos entidades psico-políticas demandan ocupar el mismo espacio simbólico. Lo anterior es extraordinariamente frecuente, siendo uno de sus escenarios la articulación de sistemas destinados a gestionar y administrar la forma como nos apropiamos de la realidad.
La nuestra es una especie que está en la materialidad “políticamente”. La política es el propio acto de la comunicación a partir del cual se desgrana toda la dialéctica de la imagen y el deseo. Lo anterior, a su vez, permite la cuestión del reconocimiento y la legitimación. Hablamos de fenómenos de la psique con trascendencia simbólica (por lo tanto, sociopolítica). A partir de aquí vemos varias relaciones.
Por ejemplo: Ningún individuo o sujeto social puede vivir sin o libre de principio de autoridad, dado que tal condición se relaciona con la propia estructuración del aparato psíquico (ese donde residen las instancias de la subjetividad que nos mantienen cuerdos y en una situación cultural y civilizada, gracias a la incorporación de la Ley, con mayúscula, y de las normativas socioculturales).
Pero si ningún individuo o sujeto social puede vivir sin principio de autoridad, entonces tampoco pueden hacerlo sin ideología. Un primate con cognición de tamaña complejidad no podría caminar por el mundo (esto es describir – interpretar – transformar) sin todo el cúmulo de ficciones simbólicas que ayudan a reglar la textura material de su cotidianidad.
En efecto, si aceptáramos la píldora roja que suprime la ideología perderíamos a la propia sustantividad, como en Matrix. Y no estaríamos aquí, sino en un cuarto acolchado con medicación y psicoterapia semanal. Pero si nadie puede vivir sin principio de autoridad e ideología, también como consecuencia, todos los actos humanos son político-ideológicos (incluyendo la lectura que estamos haciendo aquí).
Esto también quiere decir que ninguna estructuración colectiva humana puede ser considerada a-política, no-política y mucho menos desideologizada. De lo anterior extraemos que ninguna colectividad humana puede ser considerada simplemente “administrativa” o libre de implicaciones político-ideológicas.
¿Qué sentido tienen estas ideas, por ejemplo, para la Psicología Política? Bueno, estas temáticas deben ser preocupación permanente en el sistema de debates y aprendizaje que toda organización debe darse a sí misma; por múltiples motivos, como las derivaciones o implicaciones que la idea de lo político tiene en el orden y códigos de convivencia de tal organización, así como en su “imagen” de Gobierno, democracia, soberanía, etc.
La “imagen” antes nombrada puede, incluso, discurrir entre lo filosófico, lo simbólico y una particular psicología social, por ejemplo, cuando una organización dice no tener un explícito fin político. Pero es que ninguno de esos tres atributos hace que el funcionamiento, la transmisión de conocimiento, la “administración” y la “dirigencia” dejen de ser políticas en cualquier colectividad humana de la que hablemos: estructuras productivas, académicas, culturales, no confesionales, etc.
En suma, es sano debatir estas cosas con frecuencia. Cierta idealización sobre la transparencia intelectual dentro de algunas organizaciones (entendida como una praxis teórico-práctica donde se edifica sobre lo ya edificado, gracias a la suma de conocimiento y habilidades) puede llevarnos a confundir el debate complejo o la riqueza conflictiva que se desgrana durante el Gobierno con inmadurez política (alguna clase de infidelidad al consenso liso e incuestionado).
Es decir, en nuestro momento histórico la profundidad del buen debate ideológico y el cometido de construir memoria y conocimiento experimentan un dramático retroceso (calificadas como fantasmas de una época anterior) ante aquella idea radical que, a su vez, pretende reducir la política a la supuesta y falsa tarea administrativa o de gestión desideologizada.
Posiblemente, ninguna idea sobre el ejercicio del poder esté emancipada de los vicios que todos conocemos y ponen en duda (filosófica y estadística) la propia viabilidad de la democracia neoliberal. Algunas de estas cuestiones son preocupación de los espacios investigativos y formativos enfocados a Psicología Política y comunicación.
LA ADMINISTRACIÓN DONDE NO SE HABLA DE POLÍTICA
Pero en el mismo camino encontramos posturas de lo ultra pragmático donde se argumenta que realmente existen estructuraciones colectivas humanas cuyo fin administrativo está totalmente separado de la interpretación ideológica y la más dura acción política. Derivado de lo anterior, llegamos a ver la emergencia de extrañas “normativas” que buscan un divorcio con la forma política de estar en la realidad, nada más y nada menos.
Y esto sin hablar de la noción de libre pensamiento, donde se podría hacer virtud por medio de la “alta política”. Y con “alta política” me estoy refiriendo a la conciencia que está permanentemente en busca de ese ideario tan nuestro, compartido con la tradición política francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Tales máximas no pueden ser entendidas sin una modelización clara acerca de la emancipación y la transformación crítica.
No hablar de política es una postura extremadamente peligrosa. Algunos científicos sociales dirán que tal posicionamiento es sanguinario y actúa como cómplice de posturas extremistas. En relación con lo anteriormente expuesto, debemos recordar que las teorizaciones y argumentaciones según las cuales hay órganos de poder o dirección (en el Estado o en estructuras productivas) cuya función es supuesta y exclusivamente administrativa son reconocidas en las ciencias políticas como manifestaciones o narrativas en el lado más radical del pensamiento neoliberal.
Ninguna instancia tiene mayor contenido político que aquella a la que se pretende asignar una función únicamente administrativa. Dado que, por supuesto, las decisiones administrativas obedecen a plataformas ideológicas y programas de Gobierno (que, además, participan en procesos electorales). Como sabemos, la “abolición de la política” o su disolución en maquinarias humano-tecnológicas que teóricamente fundan su eficiencia en la “gestión” de los recursos, los medios de producción y la cultura es un rasgo inserto en el germen totalitarista. La extrema derecha en Europa, Bolsonaro, Trump, Putin y otros se han referido a la aspiración de reducir estructuras de poder a un estatus administrativo y desideologizado. En fin, muy peligroso.