EL SENTIDO TRÁGICO (Y ABSURDO) DE LA VIDA
- Psicología Política
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En la escena actual existen intelectuales que generan demoledoras lecturas sobre lo que es la libertad o la plenitud humanas. Cada mañana el reloj suena, bebemos todavía somnolientos el primer café, nos preguntamos estupefactos por los acontecimientos que acompañaron el fin del día anterior y por los extraños hechos que irán a formar la crónica de sucesos del presente. En algunas de esas mañanas parece despertarse algún rincón poco ejercitado de la conciencia, las causas exactas rara vez se presentan de inmediato. El caso es que existen momentos donde las primeras claridades de la jornada están acompañadas de gravísimos interrogantes que terminarán por sugerir la existencia de un sentido trágico (y absurdo) de la vida.
Vladimir Carrillo Rozo
¿Nos hemos sorprendido a nosotros y nosotras mismas, minutos antes de salir por la puerta, con el qué, el para qué o porqué de los hechos y artefactos que gobiernan la cotidianidad? En esos instantes es también frecuente que el mundo se inunde de un silencio tan profundo que empezamos a sentir las notas de la respiración y los latidos del corazón. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué sentido tiene esto o lo otro? ¿Cuántos despertares tiranizados por un enigmático sentido del absurdo nos esperan? ¿Alguna vez arribaremos a una escena completa que nos consienta con la visión, entre parpadeo y parpadeo, con una lógica elemental para este aparente reino del absurdo?
¿Esta marcha, en tantas ocasiones triste, por el mundo dejará algún legado… más o menos útil para alguien? En efecto, el sentido trágico de la vida advertido por Unamuno parece estar acompañado o ser pariente de un sentido absurdo de la existencia. En ciertos momentos nos parecerá que nada tiene una cuadrícula que otorgue la inestimable cualidad de lo tangible, dado que la vida misma parece ser un suspiro en el océano de lo infinito. Este sentimiento es ciertamente alimentado por esa naturaleza artificial de lo inabarcable que caracteriza a los universos digitales, donde la identidad al alcance de todos demuestra la soledad que sella el absurdo humano.
Si lo que diga o piense ahora no tendrá ni siquiera la dignidad de anecdótico en un día, un mes o un año, ¿para qué molestarse? Bien, conviene no dudar sobre esto: la existencia humana es un licor salvaje con varios grados de alcohol. Y si no se toma bien, es posible que la propia borrachera termine por matarnos. Algunos tragos son notablemente importantes. Entre ellos tenemos aquellos que nos mantienen despiertos frente a mandamientos típicos de estos tiempos postindustriales, como la felicidad incuestionada, el olvido, la exaltación de lo consumible o el extravío del entendimiento crítico en medio de relatos que dan los derechos o la libertad por definitiva y totalmente explicada.
Todos y todas sabemos que las preguntas centrales del pensamiento y las ciencias regresan una y otra vez. En ese grupo tan divertido tenemos, por ejemplo, ese extraño sistema de interrogantes que vinculan de distintas formas a la libertad, la felicidad y el sentido trágico y absurdo de la vida. En alguna proporción, la impresión que tenemos sobre una sustantividad trágica y absurda (en la demoledora soledad revelada por, entre otros, el peso de las preguntas acerca del rumbo de los actos cotidianos) se debe a que una parte profunda de la subjetividad (aquella que tiene parte de su extensión en tierras del inconsciente) sabe que algunas respuestas ya dadas e interpretadas no buscan otra cosa que engañarnos.
Por supuesto, a estas alturas de nuestra historia posiblemente la mayor parte entiende y comparte la idea de que múltiples fenómenos en el funcionamiento de la psique impiden una sensación de plenitud vital. Y de que las tecnologías que nos prometen una felicidad total son relatos con dosis impresionantes de dominación y explotación.
Bien, también es posible que estemos de acuerdo en que la libertad es algo esencialmente recortado e incluso eclipsado, no solo por la situación cultural en la que preferimos vivir (donde una parte muy grande de los impulsos están sublimados o reprimidos), además porque la imagen de institucionalidad nos hace ceder libertades. Por ejemplo, preferimos la existencia de toda la maquinaria del Estado, dado que regula y administra aspectos centrales de la vida de todos y todas, inclusive sin que lleguemos a saberlo.
¿LO TRÁGICO Y ABSURDO DE LA VIDA?
De acuerdo, todo esto parece válido, pero no lo es tanto que diversos dispositivos intenten convencernos de que gozamos de una libertad definitiva y plena, incluyendo la libertad de la felicidad. Y que insistir en hacer preguntas, como las expuestas al principio, se convierte en sacrilegio contra los relatos desublimadores, neoliberales, posindustriales… digitales, aquellos que nos atribuyen toda la responsabilidad, donde los problemas de la colectividad se redujeron a una cuestión de actitud del individuo.
El problema tiene parte de sus raíces en narrativas de ficción (ideológicas) que intentan engañar al inconsciente, algo que no suele terminar bien. El sentido trágico (y absurdo) de la vida aparece cuando se nos dice, por ejemplo, que somos libres y que además podemos ser totalmente felices, pero una parte de la subjetividad sabe que no es cierto… que es necesario y deseable, pero imposible. Es este cortocircuito psicológico el que origina las preguntas sobre el absurdo que inunda a la materialidad.
Claro, es verdad, cada día hacemos una cantidad de elecciones sin que nadie nos apunte con un arma a la cabeza. Fuimos nosotros y nosotras quienes decidimos consumir de una forma u otra, quienes votamos en una dirección o en otra, quienes amamos de una manera y no de cualquier otra. Nadie podía, aparentemente, dudar de la libertad codificada en las elecciones hechas.
Pero en la profundidad insondable de la subjetividad sabemos que las elecciones libres tenían una original predeterminación de la que no podían escapar. Y que tales predeterminaciones tienen un origen tan lejano, tan invisible y son tan esencialmente político-ideológicas que se convierten en ficciones simbólicas capaces de generar la impresión de que la inexistencia de la libertad es la libertad misma. Es la “cosa” intangible que no se percibe como lo que es ella misma, sino por lo que no es (un rasgo esencial del poder que conocemos).
Incapaces de vernos y entendernos conscientemente como hombres y mujeres pre-interpretados, con elecciones predeterminadas, nuestra cabeza se deja seducir por las quimeras existenciales más variadas. Entre ellas está el sello de la tragedia (y el absurdo), la búsqueda de la felicidad y la realización del olvido que promete realizarla. Son todas estas cuestiones preocupaciones actuales de las ciencias interesadas por lo psico-político, presentes en publicaciones y estudios que tocan desde distintos puntos de vista los entresijos de la subjetividad golpeada por las preguntas más graves.
Vladimir Carrillo Rozo es docente del programa en Psicología de la Comunicación Política de la Fundación UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia). Su último trabajo publicado es “Tenemos una segunda oportunidad bajo los cielos de la Tierra” (Kercentral Magazine, 2022).
Durante el verano del 2022, uno de los más cálidos que se recuerdan, ocurrió algo que muchos no esperaban. Una voz investida de la mayor dignidad lanzó un desafío mayúsculo, conquistar la segunda oportunidad bajo los cielos de la Tierra que no tuvo la estirpe del coronel Aureliano Buendía. Atronadores gritos de júbilo se escucharon en los cuatro puntos cardinales. Entre ellos estuvieron los de una vieja resistencia, nunca se tomaron en serio el mandato posindustrial de la felicidad incuestionada y las tecnologías de la automejora y la autoexplotación, aquellas que buscaban el olvido y la anestesia contra el dolor en espera de ser reparado, simplemente para adaptarnos productivamente mejor a estos tiempos desalmados. Este ensayo habla de libertades y emancipación como conquista de dosis aceptables de soberanía sobre los procesos subjetivos, proponiendo un método distinto extraído de las alianzas entre la razón y las emociones. Un texto del sociólogo y psicoanalista Vladimir carrillo Rozo contra la obligación de ser feliz, pero en apoyo a la reconstrucción simbólica, el reconocimiento y el deseo.